La noche se había vuelto inquieta.
No era una de esas noches que invitan al descanso, sino una que parecía contener algo vivo, respirando entre los muros. El viento se colaba por las grietas del ventanal, trayendo un rumor antiguo, casi imperceptible, como un suspiro que llevaba siglos esperando ser escuchado.
Kaelion abrió los ojos. No sabía por qué. Solo sabía que algo lo había despertado.
Se incorporó lentamente, sintiendo el peso del cansancio en los hombros. Afuera, la luna llena bañaba el páramo con un resplandor pálido, casi enfermizo. Los lobos que custodiaban los terrenos se movían inquietos, gruñendo bajo. No era miedo; era advertencia.
El alfa real frunció el ceño. Su instinto rugía. Había algo en el aire, una vibración densa que le recorría la piel como una corriente eléctrica.
Caminó hasta la ventana del pasillo, descalzo, dejando que la luz plateada lo envolviera. Por un instante, juró ver el reflejo del agua moviéndose en el horizonte, aunque no había río alguno cerca