El miércoles amaneció distinto. El primer rayo de sol atravesó las cortinas como una daga dorada, iluminando la piel de Vida. Abrió los ojos y supo que no era un día cualquiera: era el día en que todo cambiaría. Su corazón palpitaba con una mezcla extraña: ansiedad, felicidad contenida y, en lo más profundo, un dolor punzante por Silas. Porque si bien estaba a punto de cobrar venganza, ninguna victoria le devolvería al hombre que había amado.
Se levantó con calma, casi ceremoniosa, como si saboreara cada segundo de ese amanecer. Se duchó, eligió unos zapatos nuevos y salió temprano a las calles bañadas por la luz tibia. Caminó sin prisa, permitiéndose un respiro en las vitrinas iluminadas. Fue entonces cuando lo vio: un vestido rojo, brillante como el fuego, desafiante como la sangre. Lo probó sin pensarlo, y al verse en el espejo, se reconoció en ese color. El rojo sería su armadura. Era la prenda que usaría el día en que dejaría de ser víctima para convertirse en cazadora.
Con la bo