En su cama, la misma que un día había compartido con Silas, los recuerdos la golpeaban sin piedad. Hacía apenas unos meses, su vida había parecido luminosa: pasaba el tiempo con Kaelion en una calma superficial y, al mismo tiempo, se sumergía en la profundidad de Silas, hasta que finalmente eligió quedarse solo con él, renunciando al alfa. Todo había sido hermoso… hasta que lo vio morir entre sus brazos. Esa imagen la perseguía como una herida abierta que no cicatrizaba.
Con pesadez se levantó. Se bañó y se vistió en automático, como un cuerpo vacío que sigue la rutina sin voluntad. Al salir a la sala, su corazón dio un vuelco: por un instante, creyó que la silueta en la cocina era Silas preparando café. Un parpadeo bastó para devolverla a la realidad: no era él, era Milah. La omega, como siempre, había entrado sin pedir permiso, pero nunca antes lo había hecho tan temprano.
—Milah… eres tú —murmuró Vida, llevándose una mano al pecho para contener el sobresalto.
—Sí, ojalá hubiera sid