Como si las palabras de Nyxara hubieran encendido fuego en su mente, Kaelion no podía quitarse de encima el impulso de invitar a salir a la humana. Pero, ¿cómo se supone que debía hacerlo? ¿Decirle así de simple: “Oye, ¿quieres ir a cenar conmigo?”
No, imposible. Ella lo rechazaría. Y él, aunque no lo admitiera, no estaba hecho para lidiar con el rechazo.
Se miró en el espejo. Imponente, con el torso definido como el de un dios griego, la piel tensada por la fuerza de su especie. Era un alfa real. No podía concebir que una humana pudiera resistírsele… y, sin embargo, ella lo hacía. Todos los días.
Pensando en eso entró en la oficina. La encontró allí, impecable como siempre, sentada con esa serenidad que lo desarmaba. Había en su postura algo que la alejaba del común de los mortales: la calma fría, la mirada centrada, esa profesionalidad que la mantenía inalcanzable. Le sonrió con naturalidad, como quien apenas reconoce a su jefe, sin darle espacio a otra cosa. Le extendió una taza de