El amanecer llegó con un cielo despejado, pero el ambiente en el pueblo se sentía distinto. Ariadna salió temprano de casa con el amuleto colgado bajo el vestido y el libro bien guardado en una bolsa de tela. Quería convencerse de que el día sería normal, pero algo en el aire le decía lo contrario.
El primer detalle fue el silencio. Las aves del bosque, siempre tan ruidosas al amanecer, no cantaban. El aire estaba cargado, como si anunciara tormenta, aunque el cielo estuviera limpio. Ariadna se detuvo un momento en medio de la calle, sintiendo un cosquilleo en la nuca, la misma sensación de ser observada.
Intentó ignorarlo y se dirigió hacia la panadería. El aroma a pan recién hecho flotaba en el aire, pero al entrar, encontró al panadero con una expresión preocupada.
—Buenos días, don Julián. ¿Todo bien? —pr