La trampa tendida al fiscal Mendoza dejó un regusto amargo en mi boca, pero también solidificó mi papel. Marko ahora me veía no solo como su esposa, sino como su confidente. Su paranoia, antes dirigida hacia mí, ahora me incluía como un centinela más en su fortaleza. Era un progreso envenenado, pero era progreso.
Sin embargo, la memoria USB seguía latiendo como un corazón secreto dentro de la pluma. Y mi propio corazón guardaba otra herida abierta, una que creía cicatrizada por la desesperación: Wilson. Había aceptado su pérdida como el precio de esta guerra, un daño colateral en mi camino hacia la destrucción de Marko. Hasta que un descuido, un susurro del destino, lo cambió todo.
Fue durante una de las inspecciones rutinarias de Tomás. Él revisaba los sensores de la ventana de la terraza mientras yo, cumpliendo con mi rol de esposa serena, regaba las orquídeas que Marko había hecho traer. La distancia entre nosotros era un océano de silencio y tensión no dicha.
De pronto, el walkie-