La luz que se filtraba por los respiraderos aún era tenue, el amanecer grisáceo de un día que no quería comenzar, cuando la puerta se abrió de par en par. No fue la entrada sigilosa de Marko. Esta vez irrumpió con presencia, acompañado por dos de sus guardias de Luxor Security. Los mismos que me habían arrojado a la furgoneta. Sus rostros eran máscaras de profesionalismo impasible, pero sus ojos me escudriñaban con la curiosidad fría de quien observa un animal de laboratorio.
Yo estaba de pie en el centro de la habitación, habiéndome forzado a levantarme antes del amanecer. Me había lavado la cara con el agua helada del grifo, había arreglado mi ropa lo mejor que pude y había recogido mi cabello en un moño apretado. Cada movimiento era una batalla contra el mareo y la debilidad, pero era esencial. La fachada de control era mi única armadura.
Marko no miró inmediatamente hacia mí. Su mirada se dirigió primero a la isla de la cocina. Vio el charco de vino seco y oscuro, la copa vacía y