La voz de mi padre se apagó, pero el eco quedó flotando en la habitación, un veneno familiar que goteaba en el silencio. "Ahora sí, hablemos como gente grande." Las palabras, tan suyas, eran un guante arrojado directamente a mi cara. No una amenaza de las que te hacen encogerte, sino de las que te obligan a enderezarte. Las que dicen: "El juego de niños se acabó".
Roxana desconectó el pendrive de un tirón seco, como si le hubiera mordido. El plástico negro desapareció dentro de una bolsa de evidencia, el ritual de siempre: etiqueta, sello, cadena de custodia. Pero su mirada no seguía a la bolsa. Se clavaba en mí, era un bisturí que iba más allá de la piel y el músculo, buscando la calidad del hueso, de la voluntad.
"Has decidido", dijo, y no era una pregunta. Era la confirmación de un punto de no retorno que yo misma había trazado. "Aceptaste el canal. Pero entrar aquí no es solo firmar un papel. Es ganarte el lugar. Mañana a las seis cero cero comienzas el Proceso de Incorporación."