Acerco el ojo al visor y noto un punto negro minúsculo en el marco: cabeza de alfiler. Lo fotografío sin flash. Escribo al chat seguro: “Código quemado. No abro.”.
La puerta sigue muda. Respiro por la nariz para que el corazón no haga ruido. Hago el conteo que me enseñó Claudia. Sirve lo justo para que las manos no tiemblen cuando tomo el sobre. No lo abro; lo encapsulo en una bolsa con cierre, anoto hora y firmo con mis iniciales. La tinta se seca mientras el pasillo espera.
En el chat, Roxana responde primero: “No toques nada. Estoy saliendo. Llevo kit. Guantes.” Felicia entra de inmediato: “No abras. Guarda el sobre intacto. Narra todo por aquí.” Tomás pregunta: Voy?: “No. Quédate en el hospital, el resto se encarga. Guardias al piso ahora.” Un minuto y el guardia envía el golpe acordado de ‘todo bien’ (tres cortos). Yo devuelvo la palabra clave del día por el chat, no con la boca. Aprendo a no hablar donde puede haber oídos.
Camino hasta la mesa sin dar la espalda al pasillo. El s