El lunes parto la semana mirando el correo con el número de ticket de la Subdirección de Procesos. Llega como una promesa mínima: "Recibido. Plazo estimado de pronunciamiento: 5–7 días hábiles". Cinco a siete días que, en la lógica del hospital, pueden convertirse en un mes. Guardo el mensaje, cierro los ojos un instante y me repito: pido la reapertura del caso de Arturo; sin pruebas, solo con el deber de que alguien —cualquiera— mire de nuevo. Nada más y nada menos.
En el SGD, el estado es siempre el mismo: "En revisión". Aprendo a odiar esas dos palabras.
Almuerzo mirando el jardín interior, fingiendo que mastico algo más que aire. Varias veces abro el chat de Claudia para contarle que sigue todo igual, pero no quiero sonar obsesiva. En algún punto, el silencio también es un dato: nadie responde, nadie decide, nadie quiere tocar el expediente que quema.
Al día siguiente, la monotonía burocrática afloja las costuras: un grupo de internos arrastra carros, minutas, indicadores, rendici