La alarma en mi teléfono resonó antes de lo habitual, arrastrándome de un sueño cargado de remordimientos por no haber conseguido más por Arturo, con el uniforme de calidad solo como referencia interna, cerré la puerta de mi dormitorio sosteniendo la tarjeta de acceso digital y el celular, nada de bata ni libretas físicas: todo se manejaba a través de la red interna.
Mientras bajaba al estacionamiento, mi mente no podía desprenderse de la sospecha de que alguien había cambiado la firma del médico que firmó el informe del procedimiento tras el paro cardiorrespiratorio de Arturo, un indicio sutil pero punzante de posible encubrimiento.
Mi auto se conectó a la app del hospital, registrando mi entrada automática. Cada semáforo era un recordatorio de la lentitud de la burocracia digital: aprobaciones pendientes, workflows en cola y mensajes sin respuestas. En lugar de ventanillas físicas, accedí al portal interno, seleccionando el expediente de Arturo Figueroa y cargando mi solicitud de re