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Entre sombras y juramentos
Entre sombras y juramentos
Por: Mao
Capítulo 1: El día que fui robada

Villach, Austria — Invierno, hace 14 años

Tenía once años y un lazo de terciopelo azul en el cabello. Aún recuerdo el perfume a lavanda en el abrigo que mi madre me abrochó antes de salir del conservatorio. Era una tarde de nieve suave, de esas en las que el cielo parece hecho de papel blanco arrugado. Caminaba de regreso a casa con el violín en la mano, pensando en los scones de mantequilla que me esperaban.

No sabía que era la última tarde que vería a mis padres. La última tarde en que mi nombre sería pronunciado con dulzura.

—Isabella, gritaron en dos ocasiones. La diferencia de ambas eran que la primera, la voz se escuchaba lejana y sin fuerza y la segundo casi como un grito sordo...

La voz era masculina, pero no la reconocí. Me giré por instinto y lo vi. El auto negro sin placas. Dos hombres bajaron con la agilidad de un rayo. Uno me tapó la boca. El otro me inyectó algo. Sentí que el mundo se me deshacía como una acuarela bajo la lluvia.

El silencio que vino después fue eterno.

Desperté en una habitación amplia, con techos de madera oscura y olor a humedad. Las ventanas estaban selladas. No sabía dónde estaba. Intenté gritar, pero mi voz era un susurro seco. Lloré hasta dormirme de nuevo. Solo deseaba despertar y que todo aquello fuese una pesadilla. Alzar la mirada y ver el rostro tierno de mi madre con sus brazos abiertos para consolarme; pero está vez, no sería así...

Días después, un hombre elegante entró. Su voz era suave, pero tenía la rigidez de quien da órdenes que no se cuestionan. Temí lo peor.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, Isabella. Tu apellido ya no importa. Solo recuerda el nombre de la familia que te rescató de la muerte.

Di Lazzaro.

Así comenzó mi exilio. Mis captores no me maltrataban, pero tampoco me trataban como una niña. Me enseñaban idiomas, protocolo, política, economía, entre otras materias de importancia para ellos. Yo era una inversión. Una pieza en su ajedrez de poder.

Nunca supe exactamente qué querían… hasta que lo conocí a él.

Fue en el invierno siguiente. Yo tenía doce. Él, quizás quince. Estaba en el patio de la mansión, leyendo en voz baja con una copa de vino entre los dedos.

Sus ojos grises parecían el reflejo de un lago congelado. Me miró una sola vez, y bajó la vista. Como si no valiera la pena.

Pero yo lo reconocí.

Él era el chico al que había ayudado meses antes.

Aquel día, lo había encontrado escondido en la capilla de un convento, sangrando del hombro, con el rostro cubierto de barro. Le di agua, una bufanda y silencio. Le dije mi nombre sin saber que él era un Di Lazzaro.

Y ahora estaba frente a mí. Intacto. Altivo. Frío como el mármol.

—¿Nos conocemos? —pregunté con voz temblorosa.

Él me miró otra vez. Un segundo más largo. Sus labios se curvaron, apenas.

—No. Pero lo harás.

Eso fue todo, pensé ingenuamente que me daría cierta ventaja aquella ayuda que le brinde, pero no fue así, el solo se levantó y se fue.

A partir de ese día, supe que no estaba simplemente secuestrada.

Días después de ese pequeño encuentro, me informaron la razón por la cuál me tenían allí, estaba prometida. prometida con aquel frío joven...

Años después entendí el propósito: sellar una paz con sangre. La mía.

Pero en ese primer encuentro, en su arrogancia distante, no vi un enemigo.

Vi al niño al que una vez salvé.

Y supe, con el corazón apretado, que este juego… no tenía salida.

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