El fuego comenzó poco después de la filtración.
Un incendio controlado, elegante, simbólico. La villa Rossi ardía como si cada ladrillo gritara un nombre maldito, un pecado enterrado. Desde lo alto del acantilado, Laura observaba las llamas sin pestañear. No había llamado a los bomberos. No pensaba salvar ruinas que solo contenían fantasmas. Su pasado, al fin, comenzaba a morir. Pero la paz fue efímera. El zumbido del teléfono satelital quebró el silencio. Lara dudó. Nadie tenía ese número salvo tres personas. Una ya estaba muerta. La segunda, desaparecida. La tercera… —¿Lara? —dijo la voz, rasgada, viva, y al mismo tiempo, rota. El corazón de Lara dio un vuelco. —¿Dante? Un silencio tembloroso del ot