El Palacio Esmeralda, a las afueras de París, no figuraba en ningún mapa turístico.
Antiguamente era un refugio de aristócratas desterrados. Hoy, servía como escenario de una de las reuniones clandestinas más exclusivas del mundo. Y peligrosas. Francesca descendió del auto negro como una silueta cortada del mismo cielo nocturno. Su vestido de terciopelo azul, ajustado y sin mangas, brillaba bajo los reflectores dorados. Llevaba una máscara veneciana, decorada con perlas negras, ocultando su expresión… pero no su intención. Isabella la observaba desde el canal de comunicación oculto en el pendiente izquierdo. —Recuerda, Francesca. Nadie es quien parece esta noche. No mires demasiado, no hables demasiado. Escucha. Graba. Y sal con vida. —Lo prometo —susurró ella, antes de cortar la conexión momentáneamente. El salón principal parecía sacado de un cuadro barroco. Candelabros de cris