Nos tomamos nuestro tiempo arreglándonos. Mi madre estaba en la habitación contigua, peinándose mientras murmuraba sobre lo rápido que crece mi hija. Yo estaba frente al espejo, ajustando un vestido sencillo pero elegante que había escogido. Daniel había entrado porque se canso de esperarnos afuera aprovecho para revisar discretamente su camisa, con un gesto tan concentrado que me hizo sonreír.
—Te ves hermosa, desde la facultad pienso que eres la mujer más bella—dijo de repente, sin levantar los ojos del nudo de su corbata.
Sentí un cosquilleo en el estómago y bajé la mirada, fingiendo revisar algo en mi maquillaje.
—Gracias, aunque creo que eres un exagerado, había muchachas más hermosas—murmuré, casi sin voz.
Mi mamá entró en la habitación, y su mirada pasó de mí a Daniel.
—Bueno, veo que los dos se han arreglado bastante bien —comentó con una sonrisa—. Solo no hagan locuras allá afuera, ¿eh? no mas bailes de osos
Daniel rió, extendiendo la mano para saludarla.
—Lo prometo, señora.