Íbamos caminando hacia la presentación de los osos, directos a esa pequeña tienda de disfraces donde todo había comenzado la noche anterior. Él no decía nada… y yo tampoco. Pero dentro de mí, mis labios seguían latiéndome todavía por el beso.
Dios… ese beso.
Aunque sabía de sus sentimientos, jamás pensé que cruzaríamos esa línea. Algo se rompió o se abrió entre nosotros; no sé exactamente qué, pero cambió.
Y por más que quisiera negarlo… me gustó.
Mucho más de lo que debería.
Daniel caminaba a mi lado con las manos en los bolsillos, silbando bajito, como si nada hubiera pasado. Un descarado.
—¿No vas a decir nada? —pregunté finalmente, incapaz de soportar el silencio más.
—¿Sobre qué? —me miró de reojo con una sonrisa que me erizó la espalda.
—No seas tonto… —murmuré, bajando la mirada.
—Estoy dejando que seas tú quien lo mencione —respondió divertido—. No quiero presionarte.
—No fue… nada —mentí fatalmente.
Él soltó una risa suave.
—Claro —asintió—. Nada… por eso sigues roja desde qu