Me incorporé despacio, con una mano apoyada en la cabecera y la otra sobre mi abdomen. El dolor había disminuido, pero la debilidad seguía ahí, recordándome todo lo que mi cuerpo había soportado.
Daniel estaba sentado en el sillón, con un libro entre las manos. Levantó la vista apenas notó que me movía.
—Buenos días, Isabella. —Sonrió apenas, con esa calma que siempre lograba tranquilizarme.
—Buenos días… —murmuré, mi voz sonaba algo áspera.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó, cerrando el libro y dejándolo a un lado.
—Mejor —respondí con sinceridad—. Más despierta, menos cansada.
Se acercó al borde de la cama, observándome con atención.
—Tu cuerpo está respondiendo bien. Ya pasaron los días más difíciles.
—Lo sé —dije, bajando la mirada—. A veces me cuesta creer todo lo que pasó.
—Y sin embargo, sigues aquí —susurró él, con una mezcla de orgullo y ternura en la voz.
Hubo un breve silencio. Me atreví a preguntar lo que llevaba días repitiéndome mentalmente.
—¿Puedo verlas hoy? —mis dedos