No entendía lo que pasaba conmigo. Desde que Lorenzo me había besado esa tarde, no podía pensar en otra cosa. Su forma de actuar… tan natural, tan segura, tan diferente. Me besó como si fuera lo más normal del mundo, como si besarme fuera algo que había esperado hacer desde siempre, sin pedir permiso, sin dudar un segundo.
Y lo peor —o lo mejor, según cómo lo viera— era que no me molestó. Al contrario, me desarmó.
Todo el resto del paseo después de ese beso fue una mezcla de silencio y latidos acelerados. Él caminaba a mi lado, tranquilo, con las manos en los bolsillos, como si nada hubiera pasado, mientras yo intentaba disimular la confusión que me dominaba por dentro. Cada tanto, su brazo rozaba el mío, y un escalofrío me recorría la espalda.
Ya era tarde cuando decidimos volver. El chofer ya nos esperaba, y apenas nos subimos, Lorenzo indicó con un leve gesto que iniciara el camino de regreso.
El silencio en el auto era extraño, ni incómodo ni tenso… más bien expectante. Yo miraba