La luz tenue que se colaba por las cortinas fue lo que me hizo abrir los ojos. La cama estaba vacía a mi lado, las sábanas aún tibias del cuerpo que había estado allí. Parpadeé, algo confundida. Nikolay no solía irse sin decir nada.
Me levanté, me puse una de sus camisetas —otra vez— y bajé las escaleras descalza, sin hacer ruido. La casa estaba en silencio, lo cual era raro. Demasiado raro con Pavel y Viktor por ahí.
El aroma a café recién hecho me guió hasta la cocina.
Y entonces lo vi.
Nikolay, de espaldas a mí, inclinado ligeramente hacia la encimera, bebiendo de una taza. Solo llevaba puestos unos bóxers oscuros que se ceñían a su cuerpo como una segunda piel. Sus músculos marcaban cada movimiento de su espalda. Tenía el cabello un poco revuelto, húmedo aún por la ducha. Todo en él gritaba pecado matutino.
Me mordí el labio. Si existía una forma de empezar bien el día, sin duda era esa.
Me acerqué en silencio, hasta que estuve justo detrás de él. Se dio cuenta de mi presencia cua