Ya ha pasado una semana desde que terminé mi condena como sombra de Nikolay. Me hizo acompañarlo a todas sus reuniones, comidas de negocios, visitas al club, inspecciones a lugares que jamás pensé pisar. No me dejó sola ni un minuto. Pero no fue eso lo que más me desgastó, sino su constante calma. Su entereza. Su frialdad impenetrable. Como si nada de lo que yo hiciera pudiera siquiera rozarlo.
Intenté todo. Comentarios provocadores, sonrisas desafiantes, silencio y miradas cargadas. Él solo respondía con su voz tranquila, sus ojos gélidos, sus advertencias envueltas en seda. Un veneno elegante.
Así que decidí irme.
No por debilidad. Por estrategia. Si mis provocaciones no funcionaban, quizá mi ausencia sí. Quería ver si lo que dice sentir -esa posesión muda, ese control invisible- era tan real como pretende. ¿Vendría a buscarme? ¿Me dejaría ir? ¿Se atrevería a ignorarme?
Empaqué poco, sin hacer ruido. Cambié de ropa, dejé el móvil sobre la cama junto a una nota inútil: "No te preocup