Me separé de él con el corazón golpeando mi pecho como si quisiera escapar. Sus dedos seguían enredados en mi cabello, pero ya no me sujetaban, solo descansaban allí, tibios y peligrosos.
—No eres un objeto, Bianca. Eres mi problema favorito.
Esa frase... maldita sea, esa frase me atravesó como un cuchillo. No supe si quería reír o llorar. Lo miré, sin moverme, intentando encontrar en su rostro algo que me dijera que no estaba sola en esta locura. Algo que no fueran palabras bien elegidas o miradas perfectamente medidas.
Pero Nikolay solo me observaba. Tranquilo. Como si no acabáramos de incendiar el aire entre los dos.
—¿Y ya está? —susurré, con un hilo de voz—. ¿Ese es tu gran discurso?
Sus ojos parpadearon una vez, apenas. Luego apartó la mano de mi nuca con delicadeza, como si le doliera más a él que a mí.
—No estás lista para lo que viene después de ese beso, Bianca. Y lo sé porque yo tampoco lo estoy.
Me quedé inmóvil, sintiendo cómo la rabia volvía a treparme por la garganta.
—