CAPITULO 11

El calor era insoportable. Esa clase de calor que se te pega a la piel y te obliga a buscar cualquier excusa para quitarte capas. Y vaya si yo tenía una buena excusa.

La piscina de esta mansión no solo parecía sacada de una revista de arquitectura, también era lo suficientemente grande como para fingir que podía escapar de mis propios pensamientos. Pero no era eso lo que tenía en mente.

Esa mañana, al desayunar, Natalia me observaba desde la distancia mientras cortaba fruta con la precisión de un cirujano.

—Estaba pensando invitar a mis amigas a la piscina —dije, sin levantar la vista del zumo—. Hace calor, ¿no crees?

Natalia no dijo nada, pero sus manos se detuvieron un segundo.

Entonces entró él. Nikolay. Con su impecable camisa blanca remangada, el cabello ligeramente húmedo y esa mirada que lo ve todo. Como siempre.

—¿O eso también requiere tu autorización formal? —le solté, sin filtros.

Ni parpadeó.

—Haz lo que quieras —dijo con frialdad calculada—. Pero recuerda: no todos los lu
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