Habían pasado varias semanas. Kael seguía sin saber nada de Sareth, ni de Elio ni de Myra. Era como si la tierra se los hubiera tragado.
Aziel iba y venía en expediciones, explorando incluso los límites del reino, pero sin éxito. Eris, por su parte, era un manojo de nervios y llanto constante. Habían tenido que reforzar la vigilancia a su alrededor; el descontrol de sus emociones empezaba a afectar la runa de lealtad que llevaba grabada en la piel. Nadie podía arriesgarse a que aquello se rompiera. No después de todo lo que había pasado.
—Kael, vas a destrozar el bosque si sigues entrenando así. —La voz de Aziel se mezcló con el crujido de los árboles que se doblaban ante la fuerza del aura que emanaba el otro—. Tu energía está espantando a cualquier ser viviente de esta zona.
Kael detuvo su movimiento, respirando con fuerza. El aire alrededor vibraba, cargado de energía oscura. El suelo bajo sus pies estaba resquebrajado, las raíces de los árboles sobresalían como si intentaran huir