Pasado.

La sombra avanzó otro paso y el aire pareció densificarse, como si una presión invisible les aplastara los pulmones. Isela sintió un zumbido agudo en los oídos, un sonido que no provenía de ningún lugar y de todas partes a la vez. Era como si su sangre estuviera vibrando al mismo ritmo.

Leo levantó un brazo, instintivamente, como si pudiera detenerla. Damian hizo lo mismo, su cuerpo tensándose como un resorte. Pero la figura enmascarada ni siquiera los miró. Su mano siguió extendida hacia Isela, señalándola con una precisión fría, inhumana.

—No es del Consejo —murmuró Livia, apenas un hilo de voz—. Esto es otra cosa.

La lluvia volvió a caer de golpe, pesada, como balas líquidas. Los charcos se agitaron y las sirenas regresaron a su volumen normal, como si alguien hubiera soltado un botón invisible.

Isela dio un paso atrás, su corazón desbocado.

— ¿Quién eres? —preguntó, y le sorprendió escuchar su propia voz firme, sin temblor.

La figura inclinó la cabeza una vez más. Y entonces habló
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