Leo Contra Todos.
El laboratorio ya no dormía, ningún sistema entraba en reposo, ninguna pantalla se apagaba por completo. Todo vibraba con una actividad forzada, mantenida artificialmente por la voluntad de Leo, que se negaba a aceptar cualquier límite físico o mental.
El aire estaba cargado de electricidad estática y de un olor metálico persistente, como si la infraestructura misma estuviera cansada de sostener decisiones que no habían sido diseñadas para coexistir.
Leo estaba de pie frente al núcleo de control, con la espalda encorvada y los hombros tensos, observando una red de mapas superpuestos.
Zonas enteras del territorio parpadeaban en tonos irregulares: ámbar, rojo, blanco. No eran colores de alerta estándar. Eran improvisaciones, ajustes hechos sobre la marcha. Parche sobre parche.
—No entienden —murmuró—. Ninguno entiende lo que está en juego.
Su voz sonó hueca, como si ya no estuviera del todo convencido de sus propias palabras.
Aun así, sus manos se movían con rapidez sobre los paneles, e