La Señal del Laboratorio.
La señal no apareció de golpe. No fue una alarma, ni un pulso claro, ni una advertencia limpia como las que el Consejo solía emitir cuando aún creía que el mundo obedecía reglas estables.
Fue, más bien, una irregularidad persistente. Un ruido que no se iba. Un patrón que no terminaba de encajar, pero tampoco desaparecía.
Isela lo sintió antes de verlo.
Había aprendido a reconocer ese tipo de tensiones como se reconoce una presión en el pecho antes del dolor: no era miedo todavía, pero ya no era calma.
Caminaban desde hacía horas entre restos de infraestructura industrial, siguiendo rutas secundarias que antes habían sido corredores logísticos y ahora eran apenas cicatrices de asfalto quebrado, cables colgantes y edificios vaciados por el tiempo y el saqueo.
El laboratorio estaba cerca. No lo sabían por una coordenada exacta, sino por acumulación de señales menores: interferencias suaves en los sensores de Cayden, consumo energético irregular, sombras de actividad reciente en zonas que