La Noche del Fracaso.
El vidrio seguía en su mano.
Leo lo miraba como si fuera un animal muerto pegado a sus dedos. Un pedazo de pantalla rota, con el borde irregular que había cortado su palma. Estaba manchado de su sangre. No le dolía; no sentía casi nada. El dolor había quedado aplastado debajo de esa otra sensación que se arrastraba como una bestia dentro de su pecho.
Fracaso.
La palabra se repetía una y otra vez, martillando su mente como un error imposible de eliminar.
Había cruzado todo el pasillo del complejo con el vidrio en la mano, respirando en golpes cortos, sintiendo cómo el implante vibraba con la interferencia de haber intentado controlar a cuatro sujetos a la vez: Damian, Livia, Isela, Cayden.
Demasiado. Demasiado incluso para él, pero aun así había caminado con propósito.
Un propósito simple: Acabar con ellos. Su madre. Su padre.
Los que lo habían mirado toda su vida con esa expresión vacía de laboratorio. Los que habían sonreído al ver crecer a Cayden e Isela, los que habían dicho “extra