El Encuentro.
La ciudad era un laberinto de luces moribundas. La noche había caído hacía rato, pero ese tipo de oscuridad no ofrecía descanso; era una capa espesa, sucia, cargada de vibraciones eléctricas, como si los postes parpadearan al ritmo de un corazón enfermo.
Damian avanzaba entre callejones, con el cuerpo tenso y la mandíbula apretada. Sentía el tirón en su mente como un cable que Leo sujetaba, jalando de tanto en tanto, probando su control. No completamente, no del todo. Un porcentaje. Un maldito diez por ciento que Damian no lograba romper ni ignorar.
—Encuéntrala.
—Isela.
—Corre.
—Obedece.
Órdenes fragmentadas, códigos rotos, voces solapadas con interferencia.
Cada vez que parpadeaba veía sombras que no existían, figuras que se desmoronaban antes de tomar forma, como recuerdos interrumpidos.
Había perdido la noción del tiempo desde que escapó del edificio. O desde que perdió la capacidad de decidir si realmente estaba escapando. No sabía si caminaba por voluntad propia o porque Leo le d