Escapando.
El despertador sonó como siempre: seis de la mañana. Pero al abrir los ojos, algo no estaba bien. La luz filtrada por las persianas tenía un tinte metálico, un resplandor frío que no recordaba haber visto antes.
Sus dedos rozaron la muñeca y allí estaba: un hilo de sangre, una línea imperfecta grabada en su piel. Las palabras eran claras, como si alguien las hubiera escrito desde dentro de su mente: “Ya no estás sola.”
El corazón de Isela se aceleró. Recordó vagamente la voz de alguien, un susurro que parecía venir de otro mundo: “Él no es tu jefe. Es tu hermano.”
Todo cobró sentido de golpe: Selena. El mensaje de la mujer que nunca había visto en persona, pero que había actuado desde las sombras. Su mente se aferró a ese recuerdo como un ancla en medio de un océano de incertidumbre.
Se incorporó lentamente, respirando con cuidado. Cada movimiento parecía exagerado, como si el tiempo a su alrededor se hubiera estirado.
Todo estaba igual que siempre: el café burbujeando, el reloj marca