Ecos.
El cielo se despejaba poco a poco y las calles aún estaban húmedas, brillando bajo los últimos reflejos del sol. Desde su ventana, Isela podía ver cómo la ciudad recuperaba su ritmo, como si nada hubiera pasado los días anteriores.
Nada, excepto lo que todavía temblaba dentro de ella.
Se obligó a sentarse frente al escritorio. Tenía libros abiertos, resaltadores desperdigados y un cuaderno lleno de apuntes de teoría del periodismo, pero las palabras se deslizaban sin quedarse en su mente. Intentaba concentrarse en la próxima evaluación, repasando conceptos sobre ética profesional y objetividad informativa, pero cada vez que leía la palabra “verdad”, su mente saltaba hacia Damian.
La verdad de él.
La verdad de lo que había visto.
La verdad que él le escondía.
Suspiró, enterrando la cara entre las manos.
—Concéntrate, Isela —se reprendió en voz baja.
El silencio de la casa pesaba más de lo habitual. Rufián dormitaba sobre el respaldo del sillón, indiferente, pero cada crujido del edifi