El Campus.
El lunes amaneció despejado, como si la tormenta de los últimos días no hubiera existido. El sol entraba por la ventana del departamento, tiñendo de dorado las paredes y arrancando destellos en el cabello aún húmedo de Isela.
Se miró al espejo antes de salir: jeans sencillos, una blusa blanca, el cabello recogido con prisa. Parecía la de siempre, pero sabía que no lo era.
Había una nueva conciencia latiendo en su interior, un pulso constante que no podía ignorar: Damian.
Él estaba junto a la puerta, esperando con los brazos cruzados. La chaqueta negra aún le daba ese aire enigmático que la hacía sentir insegura de cada paso.
—¿Lista para tu examen? —preguntó con calma.
—Más o menos. —Ajustó la correa de su mochila—. No dormí mucho.
—Yo tampoco. —La mirada de Damian se detuvo en ella un segundo más de lo necesario, y luego desvió la vista hacia el pasillo—. Te acompaño.
Isela se tensó.
—No es necesario.
—Lo es. —Su voz grave no admitía réplica.
Ella suspiró, consciente de que discutir