La llamada al abogado fue el primer paso concreto hacia un plan que llevaba meses formándose en mi mente. Cuando colgué el teléfono, el peso de la decisión me golpeó con fuerza. No había marcha atrás. Lo que había comenzado como una obsesión silenciosa, una curiosidad casi irracional desde aquel instante en el café, ahora se transformaba en algo tangible: una alianza formal con Ariana Soler. Pero no bastaba con un acuerdo comercial. No para mí.
Apoyé la cabeza contra el respaldo de la silla en mi despacho y cerré los ojos, dejando que la memoria me arrastrara de nuevo a ese momento fugaz, irrepetible, cuando la vi salir del café con esa mezcla de seguridad y vulnerabilidad que resultaba absolutamente magnética. Su cabello negro ondeaba ligeramente con la brisa, sus ojos azules brillaban con un fuego contenido, y la forma en que sujetaba la taza, casi como si temiera que se le escapara algún secreto, hablaba de una mujer mucho más compleja de lo que cualquiera podía imaginar. Una voz interrumpió mis pensamientos. Era Sebastián, mi amigo de toda la vida y mi socio en este juego que apenas comenzaba. —¿Ya te decidiste? —preguntó con una sonrisa cargada de ironía—. Suena a que ya no hay vuelta atrás. —Sí —respondí sin titubear—. Quiero esa alianza. Pero no solo por negocios. Necesito estar más cerca de ella, entender qué hay detrás de esa fachada perfecta. —Eso es lo que me preocupa —replicó—. Esta no es una mujer común, Aarón. La familia Soler es un enigma. Su madre desapareció hace años en circunstancias muy turbias. No creo que sepas en qué te estás metiendo. —Lo sé —dije con una sonrisa torcida—. Pero precisamente por eso, quiero saberlo. No hay misterio que se me resista. Suspiró y luego añadió: —¿Sabes que estás jugando con fuego, verdad? Esta no es solo una alianza fría y calculada. Es personal para ti, y eso puede ser un problema. Me quedé en silencio unos segundos. Tenía razón. Desde la primera vez que la vi, todo mi mundo cambió. Lo que debía ser una fría estrategia se estaba convirtiendo en una obsesión que amenazaba con consumirme. —Lo sé —contesté—. Pero no puedo evitarlo. Quiero conocerla. No solo la empresaria poderosa, sino la mujer detrás del misterio. Sebastián frunció el ceño y tomó un sorbo de café. —Bueno, entonces tendrás que ser doblemente astuto. Nadie en su círculo se acerca fácilmente. Además, su empresa, Noir Éternel, no es solo una marca de cosmética femenina. Es un símbolo, un emblema de empoderamiento que ella ha construido desde cero. Y eso genera enemigos. Asentí lentamente. —Por eso necesito tu ayuda para investigar sus movimientos, sus aliados, sus posibles vulnerabilidades. No quiero sorpresas. Sebastián asintió y se inclinó hacia adelante. —Ya he empezado a hurgar en sus finanzas. Hay irregularidades, transacciones que no encajan y que podrían ser la punta de un iceberg mucho más grande. Además, sus relaciones familiares no son lo que parecen. El pasado oscuro de su madre y las sombras que aún acechan en esa familia hacen que todo sea aún más complicado. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Eso confirmaba lo que intuía desde hace tiempo: Ariana no era solo una mujer fuerte y segura, sino alguien atrapado en una red de secretos que podían destruirla, y quizás, a mí también. —¿Y cuál es el siguiente paso? —pregunté. —La gala benéfica de este sábado. Ariana asistirá, y es nuestra oportunidad para acercarnos sin levantar sospechas. Te prepararé una presentación que combine la propuesta empresarial con un acercamiento más personal. Una mezcla de anticipación y nerviosismo me invadió. La idea de verla cara a cara me aceleraba el pulso. Llegó el día. La gala se celebraba en un elegante hotel de la ciudad, lleno de luces cálidas y aromas sutiles de flores exóticas. La sala principal estaba repleta de gente influyente, artistas, empresarios y filántropos, todos vestidos con la mejor gala y una sonrisa que escondía intenciones no siempre puras. Me encontré con Sebastián cerca de la entrada, ambos impecables en trajes diseñados para causar impresión. El ambiente vibraba con conversaciones en susurros, risas contenidas y miradas evaluadoras. —Recuerda —me susurró Sebastián—, hoy no eres solo Aarón, el empresario. Eres alguien que debe ganarse su confianza, que debe ser capaz de escuchar y mostrar respeto. Nada de arrogancia ni excesos. Asentí y me adentré en la sala, los ojos inmediatamente buscando entre la multitud. Y ahí estaba ella. Ariana Soler caminaba con una presencia que dominaba el espacio. Alta, blanca, su cabello negro caía en ondas perfectamente cuidadas sobre sus hombros, y sus ojos azules eran como dos cristales pulidos que absorbían y reflejaban todo a su alrededor. Su vestido, sencillo pero elegante, resaltaba una figura que no podía pasar desapercibida: un cuerpo de infarto, moldeado por años de disciplina y confianza en sí misma. La observé mientras hablaba con un grupo de ejecutivos, su voz firme y segura, pero con una calidez que desmentía la imagen de dureza que a menudo proyectaba. En sus gestos había una mezcla de control absoluto y una sombra de incertidumbre, como si esa mujer invencible escondiera cicatrices invisibles. Me acerqué lentamente, esperando el momento perfecto para intervenir sin parecer intrusivo. Sentí cómo mi corazón se aceleraba, y al mismo tiempo, una calma extraña me envolvía, como si algo en mí supiera que ese encuentro era inevitable. Cuando finalmente tuve la oportunidad de presentarme, extendí la mano con una sonrisa que intentaba ser natural. —Ariana Soler, es un placer finalmente conocerte —dije con voz firme. Ella me miró, midiendo cada palabra, cada gesto. —Aarón, he oído hablar mucho de ti —respondió con una sonrisa medida—. También he escuchado rumores sobre tu interés en Noir Éternel. —Espero que esos rumores sean ciertos —contesté, tratando de sonar confiado—. Creo que podemos hacer grandes cosas juntos. Ella asintió lentamente. —Eso espero. Pero debo advertirte, esta empresa es más que un negocio para mí. Es mi vida, mi lucha. No es fácil confiar, pero estoy dispuesta a escuchar. La conversación continuó, un delicado juego de preguntas y respuestas, de mostrar y ocultar. Noté cómo sus ojos buscaban en los míos señales de sinceridad, mientras yo intentaba leer entre líneas su fortaleza y sus miedos. Después de un rato, Sebastián apareció con más invitados, y decidí dar por terminada la charla, pero no sin antes dejar claro que esta era solo la primera jugada. Al salir, sentí un vértigo extraño, una mezcla de triunfo y temor. Había dado el primer paso, pero sabía que la batalla real apenas comenzaba. Aquella noche, en la soledad de mi despacho, repasé cada palabra, cada gesto, tratando de descifrar qué secretos ocultaba esa mujer que, sin saberlo, ya había tomado el control de mi vida. Mi obsesión no era solo por su belleza o su poder. Era por ese misterio, por esa vulnerabilidad que apenas mostraba, y que me invitaba a profundizar más, a arriesgar todo para descubrir la verdad. Sabía que el camino sería peligroso, lleno de traiciones y mentiras, pero estaba listo para recorrerlo. Porque Ariana Soler no era solo un objetivo empresarial. Era mi destino.