Ariana Soler
El olor a café recién hecho no consigue distraerme. Llevo más de media hora frente al ventanal pensativa, observando la ciudad como si esperara una respuesta escrita en el cielo. Gael, mi gato, me acompaña en silencio, con la cola envuelta alrededor de sus patas. Ni siquiera él, que suele buscar mimos cada mañana, se ha atrevido a interrumpirme el día hoy.—¿Y si nunca la encuentro? —pregunto en voz baja, al reflejo de mi rostro contra el cristal.La imagen de mi madre en esa fotografía me persigue. Su silueta era borrosa, sí. Pero el gesto de la mujer en la foto, la curva de la mandíbula, el cabello castaño oscuro y la forma en la que llevaba el pañuelo… Dios, era ella. Sé que era ella. Pero esa fotografía era de hace más de veinte años.Camino hasta la mesa de la cocina, donde Lucas ha dejado varios archivos impresos. Notas. Nombres. Unas fotos borrosas sacadas del ala cerrada del psiquiátrico en 2002, justo antes del incendio que d