Lucas Martini
Me senté frente al escritorio de mi apartamento, la luz de la mañana filtrándose a través de las persianas. El expediente abierto frente a mí parecía gritar verdades ocultas que aún no podía descifrar. Gregorio Lanza y Fabio Santino. Dos nombres que, aunque separados por circunstancias, convergían peligrosamente en un mismo lugar: el Instituto Psiquiátrico San Emilio en el año 2002. Ariana no sabía aún el alcance real de lo que estaba tocando, y yo… yo tampoco.Tomé una foto antigua entre los documentos. En ella, ambos hombres estaban de espaldas, sentados en un banco del jardín del instituto. Una coincidencia demasiado precisa. Fabio fue dado de alta a los pocos meses, mientras Gregorio continuó interno por tres años más. Pero los registros están incompletos. Alguien se ha esforzado mucho en cubrir los rastros. Y lo más inquietante es que no parecen haberlo hecho solos.Encendí la grabadora.—Día catorce de la investigación. Se conf