9. Sombras y reflejos
El jueves amaneció distinto. No sabría explicarlo, pero la ciudad tenía un ruido diferente, más grave, como si debajo del tráfico hubiera un eco que solo algunos pueden escuchar.
Llegué a la agencia antes que todos. Me gusta ese momento en el que el edificio todavía respira tranquilo, sin correos, sin llamadas, sin café derramado. Encendí mi computadora y miré mi reflejo en la pantalla apagada. No sé si era el cansancio o algo más, pero mis ojos tenían esa mirada que se me escapa cuando pienso demasiado.
Fran llegó media hora después. Ni un saludo. Solo un gesto con la cabeza, seco, como si las palabras le pesaran. Algo había cambiado, y no era solo la lluvia.
—¿Todo bien? —pregunté.
—Sí —respondió, sin mirarme.
Mentira.
Me giré hacia mi monitor fingiendo indiferencia, pero la incomodidad se sentía en el aire, como electricidad previa a una tormenta.
A media mañana, Rocío apareció con dos cafés y su típica habilidad para notar lo que nadie dice.
—¿Peleados ya? —preguntó, dejándolos s