Horus condujo de regreso a la mansión de Malibú en completo silencio, un silencio denso y cargado que era mucho más elocuente que cualquier palabra. Senay estaba acurrucada a su lado en el asiento, sus lágrimas se habían secado, pero el temblor nervioso aún recorría su cuerpo en oleadas intermitentes. Él no la presionó para hablar, sabiendo que el shock necesitaba tiempo para disiparse. Solo mantuvo su mano firme sobre la de ella, un ancla silenciosa de seguridad en medio de la tormenta que acababan de vivir.
La llegada a la mansión fue discreta y rápida. La seguridad de Horus, previamente alertada por sus llamadas, garantiza que todo estuviera en un orden inquebrantable. Horus la tomó de nuevo en sus brazos, sintiendo el peso ligero de su cuerpo, y subió las escaleras hasta su suite principal. Este gesto, cargado de una intimidad no romántica sino puramente protectora, era la única respuesta que él podía dar al caos de Ahmed.
La dejó suavemente sobre la cama. Senay se veía frágil, su