Mientras Horus manejaba a toda velocidad hacia Malibú, las palabras de Nicolai daban vueltas en su cabeza. “Pareces muy cómodo en tu papel de esposo.” La frase le provocó un escalofrío. Él, Horus Arslan, no podía permitirse la comodidad, y mucho menos el afecto. Su matrimonio era una estrategia, no un hogar. Si se acostumbraba a cuidar de Senay, eso se convertiría en su debilidad. Y en su mundo, la debilidad era la muerte.
Había reaccionado a su llamada como un marido preocupado, no como un socio de negocios. Eso era peligroso. Se había apresurado a ir por ella, dejando de lado una reunión importante con su mejor amigo. Tenía que volver a poner las reglas claras, empezando por sí mismo.
Llegó a la mansión en menos tiempo de lo que había dicho. Los guardias se hicieron a un lado, y Horus subió corriendo las escaleras hasta la suite principal.
En el estudio de arte, Senay no estaba pintando. Estaba de pie, mirando al mar, con el ceño fruncido y los ojos rojos. Había pasado las últimas h