Capítulo XLVIII

Una semana había transcurrido desde que Senay regresó a la mansión de Malibú. Una semana de silencio espeso, de movimientos cautelosos y de una distancia emocional que se sentía más grande que el océano.

La casa se sentía vacía, a pesar de ser inmensa y estar llena de muebles caros. El silencio no era de paz, sino de duelo. Era el eco de la vida que ya no estaba. Horus había cumplido su palabra de borrar todo rastro físico de la tragedia, pero el aire mismo olía a tristeza y a los desinfectantes del hospital.

Horus se había instalado. Había trasladado todo su trabajo a la mansión. Su oficina, con vistas al mar, se había convertido en su refugio, pero también en su puesto de guardia. Estaba al pendiente de Senay las 24 horas del día. Si la enfermera, la señora Miller, llamaba a la puerta, Horus estaba allí en segundos. Si Senay se levantaba a buscar agua, Horus la seguía con la mirada. Pero no había contacto, no había conversación real.

Él la trataba con una ternura infinita, pero con
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