Capítulo LXXXV

La enfermería improvisada en la base de operaciones de Nicolai olía a yodo, a sudor frío y a la angustia de la derrota. Horus yacía en una camilla, su cabeza vendada y un dolor sordo palpitándole detrás del ojo. La explosión no lo había matado, pero lo había silenciado, dejándolo a merced del miedo y la impotencia. A su lado, Elif veía con algo de miedo todo lo que sucedía. Su rostro estaba pálido, sus manos se retorcían en el borde de su falda. Observaba a su cunado, el hombre de acero, reducido a un paciente herido, y el terror de la pérdida de Senay la consumía.

Horus estaba siendo curado por un médico que trabajaba con la precisión fría de un soldado. Cada toque era una punzada, pero el dolor físico era solo un eco de la tortura mental. La imagen de la grabadora y el engaño de Ahmed se repetían en su mente, alimentando una rabia incandescente. Sentía culpa: por haber caído en la trampa, por no haber sido lo suficientemente rápido, por haber permitido que Senay estuviera allí.

Mien
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