El grupo llegó al hangar de aviación ejecutiva en menos de treinta minutos, moviéndose con la precisión de un comando. La operación era delicada: la violencia no podía alertar a Ahmed si todavía estaba cerca, y la sutileza era clave para extraer la información.
Tan pronto llegaron al lugar, el abuelo Selim, junto a Elif, preguntaron por un vuelo. Selim, con su impecable traje y su cabello plateado, exudaba la autoridad tranquila del dinero viejo. Elif, vestida elegantemente, jugaba el papel de la nieta impaciente. Se acercaron al único empleado visible en el mostrador de registro, un hombre joven y desganado.
—Necesito un avión, de ser posible un Gulfstream, para un viaje inmediato —dijo Selim con voz cordial, dejando un carné de identificación de alta gama sobre el mostrador—. Estamos listos para pagar la prima que sea.
La charla era amena, llena de detalles sobre el lujo del jet y las necesidades triviales, como si estuvieran pidiendo un café. El empleado, seducido por la promesa de