Capítulo LXXXIV

El olor a pólvora y la adrenalina se desvanecían, dejando un vacío helado en el pecho de Ahmed. La explosión había sido una catarsis, una purga violenta de su pasado, pero el futuro seguía siendo una promesa vacía que dependía de la fuga.

Senay, en su papel de demente, actuaba como el ancla de esa fantasía. Su mutismo, sus ojos vidriosos y el mecerse constante eran el lienzo perfecto para las proyecciones de Ahmed. Él no la veía rota; la veía "purificada", protegida de la maldad de la familia.

Kemal, eficiente y silencioso como siempre, había coordinado el movimiento. Fue guiada por un ya nervioso Ahmed hacia un carro escondido tras el edificio, un vehículo utilitario gris y anodino, robado y desprovisto de rastreo GPS, totalmente opuesto al parque automotor de los Arslan. La ironía era cruel: para huir del escrutinio de la tecnología, se adentraban en su epicentro.

Estaban en pleno centro de Los Ángeles, en un callejón estrecho cerca de un centro comercial. El tráfico era denso, el r
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