La Gala seguía su curso, pero para Set y Dilara, la música se había convertido en un ruido molesto. Después del humillante abandono de Hadilla y la vergonzosa salida de Ahmed, el salón de fiesta se sentía como un tribunal.
Set y Dilara se sentaron en una mesa apartada, con copas de vino en la mano, dejando que la música alta ocultara sus palabras. Era la primera vez en mucho tiempo que hablaban de algo más que dinero y alianzas. Por primera vez, el tema eran sus hijos y su fracaso como padres.
—El escándalo de Ahmed es un golpe fuerte, Dilara —dijo Set, mirando su copa con una profunda decepción. Su voz era grave, cansada. —Un Arslan no es abandonado de esa manera. Y menos por una mujer de la familia Demir.
Dilara asintió, su rostro era una máscara de frialdad, pero por dentro sentía la humillación. No podía defender a su hijo menor, que acababa de perder a su prometida de la peor manera posible.
—Hadilla tenía razón, Set. No se puede casar con un alcohólico. El nombre de nuestra fami