La Gala de Empresarios de Los Ángeles era, para la mayoría, un evento increíble. La música era elegante, el champán fluía y los negocios se cerraban con un apretón de manos. Pero para Ahmed, era el infierno.
Después de que Nicolai lo echara, Ahmed regresó a su mesa, furioso y humillado. No podía dejar de ver a Senay, bailando con Horus, riendo con Vittoria y Nicolai. Parecía que ella estaba hecha para ese mundo, y él, el que la había traído allí, era ahora el pariente pobre.
Empezó a beber. Una copa de whisky tras otra. Ya no le importaba el disimulo. Quería que el alcohol borrara la imagen de Senay en los brazos de su hermano.
Hadilla, que lo había estado vigilando, sintió la vergüenza. La gente de su mesa, socios de su padre, empezaban a murmurar.
—Ahmed, ya basta —le susurró Hadilla, con los dientes apretados. —Estás haciendo un escándalo.
—¿Y qué? —dijo Ahmed, con la voz un poco pastosa—. ¿De qué sirve todo esto si ella está allí, con él? ¡Me robó todo!
Hadilla se levantó de golpe