Horus estaba en su oficina, listo para salir. Tenía el abrigo puesto y la mente en el tráfico de la tarde. Iba a buscar a Senay. Ya había pasado la media hora que le había prometido.
Justo cuando se dirigía a la puerta, el ascensor se abrió y entró Dilara. Su madre se veía cansada, sin el brillo habitual de la matriarca. Su cara, por primera vez, no era una máscara de control.
—Horus. Necesito hablar contigo —dijo Dilara, con una voz que casi suplicaba.
Horus se detuvo. Estaba apurado por la llamada de Senay, pero el estado de su madre era inusual.
—Madre, estoy de salida. Tengo algo urgente que atender.
Dilara se acercó, poniendo una mano en su brazo, un gesto que rara vez hacía.
—Te pido cinco minutos. Es sobre Ahmed.
Horus dudó. Sabía que su hermano era la causa de la tristeza de su madre. Dejó el abrigo sobre la silla.
—Está bien, Madre. Dime.
Se sentaron. Dilara le contó lo que había pasado en la Gala: la humillación de Ahmed, la ruptura con Hadilla y cómo su padre lo había envia