La resaca emocional de la Kına Gecesi era palpable. El aire en la mansión Hassan se sentía pesado con las expectativas y los secretos. El ala de invitados, donde Hadiya Demir y su familia se alojaban, era un epicentro de derrota y rencor.
Hadiya encontró a Ahmed en la soledad forzada de su suite, sentado frente a una taza de té que no tocaba, con el rostro gris de la humillación. Apenas había dormido después de la confrontación fallida en el claustro con Horus.
—Horus lo sabía. Lo sabía todo —empezó Hadiya, sin preámbulos, sus ojos helados. La seda de su bata de dormir parecía arder con su furia contenida. —Tu hermano no es un romántico, Ahmed. Es un estratega. Me rechazó, me humilló, y me advirtió que si yo hablaba, desmantelaría la alianza Demir. Lo que tenemos no es nada comparado con lo que él acaba de asegurar con Senay.
Ahmed apretó la mandíbula, y un juramento bajo y obsceno escapó de sus labios. La envidia se había convertido en un dolor físico.
—Entonces es verdad —murmuró, s