La Kına Gecesi había sido la culminación teatral de la estrategia. La celebración, llevada a cabo en el gran salón de la mansión Hassan, era menos una fiesta tradicional de despedida y más una declaración de intenciones dinástica. Los Arslan y los Hassan se fusionaban ante los ojos de la élite turca y europea, sellando la unión una noche antes de la ceremonia formal.
Senay, agotada pero resuelta, aún llevando el pesado vestido de terciopelo rojo del rito de la Henna, se movía con la dignidad de una reina. Horus, impecable con su traje de gala, la miraba con una intensidad controlada que engañaba a todos. Cada gesto, cada sonrisa compartida, era una ejecución perfecta de su guion: el heredero indomable finalmente subyugado por un amor inesperado, forjado en el extranjero.
La recepción que siguió fue un derroche de opulencia. Mientras la música llenaba el salón, Senay compartió una última danza formal con Horus, un despliegue de afecto calculado para sellar la seriedad del compromiso an