Entran a la sala de expiación, encontrándose con Esposito y López. A través del vidrio pueden divisar a Gaby e Ian interrogando a Santiago. López mira a los recién llegados con interés y más al darse cuenta de que había una mujer completamente extraña. Él la mira de arriba abajo, ella vestía una blusa color uva, un pantalón negro ajustado a sus largas piernas y unas botas del mismo color que el pantalón, que le llegaban hasta las rodillas. Era una hermosa mujer, pero no era una mujer de alguna fuerza, era simplemente un civil y eso le llamaba la atención, más viniendo de Esposito.
—Lina, ¿cómo está tu costilla? —le pregunta Esposito, al tiempo que se acerca a ella y la estrecha en sus brazos.
—Bien, ya estoy como nueva —expresa sonriendo.
—Un golpe no es caída, diría tu padre —expresa Lombardo.
—Fue un golpe duro —entona Lina.
—Eres fuerte —Esposito palmea su hombro y la i***a a moverse más al centro de la habitación—. Él es, López. El compañero de Alba —le presenta—. López, ella es Lina Rinaldi.
—Un gusto, señorita Rinaldi -—Le estrecha la mano—. Usted es la que tuvo el atentado, ¿verdad?
-Si; así es —asiente la joven.
—La amiga de Medina —adivina López.
Lina asiente con la cabeza.
—Si ellos no pueden sacar nada, entraras —le avisa Esposito a Lina.
—Está bien.
—Oye —interviene Lombardo—, tienes que tener mucho cuidado. Lo que vamos a hacer no es legal, vamos a tratar de retenerlo lo mejor posible.
—Ya estamos haciendo mal —interrumpe Esposito—, al dejarlo incomunicado y sin permiso a un abogado —suspira—, todavía no puedo creer que haya accedido a esto.
—No te preocupes, Esposito, voy a sacar lo que necesitamos en un tiempo récord.
—Sin tocarle un pelo —apunta Lombardo.
—Y sin tocarle un pelo —repite ella.
—Siento que me estoy perdiendo algo —le susurra López a Alba.
—Lina va a interrogar a Santiago y lo va a hacer de un modo diferente al convencional.
—Ya es diferente al convencional, desde el momento que una civil va a hacer el interrogatorio y más a la persona quien la quiso matar —remarca López.
-Perder. De todas formas, no quiero perderme esto.
—Vamos, Ortega, dinos lo que queremos saber y terminemos con esta pantomima —insta Gaby al acusado.
—Yo no hice ninguna bomba —recalca con dientes apretados.
—Eso ya lo sabemos —interviene Ian—, eres muy idiota como para fabricar una bomba.
—Mira, sabemos que pusiste la bomba en el auto de la señorita Rinaldi —comienza Gaby metódicamente—, lo que queremos saber es, el ¿por qué?
—Yo no hice nada de lo que me acusan —miente desviando la mirada hacia un punto imaginario en la sala.
—Estoy perdiendo la paciencia —resopla Gaby.
—Ortega, por qué no confiesas que atentaste contra la vida de la señorita Rinaldi. ¿Fue por qué ella no quiso ayudarte con tu venganza? —indaga el rubio—. Sabemos que fuiste a su resto a pedirle que te ayudara a terminar con Christopher Donovan y ella se negó a entrar en tu guerra. Es por eso que quisiste matarla, por no estar de tu lado —le acusa.
—Ella mató a mi hermano —sisea Santiago.
—Ella no lo mató —explota Gaby dándole un puñetazo a la mesa de metal.
—Pero sí lo torturó para encontrar a Dany.
Ante la mención de Dany, Lina al otro lado del vidrio aprieta con tanta fuerza los dientes que los hace rechinar y Lombardo le echa una mirada significativa y palmea su hombro dándole confort.
—Por tu bien es mejor que hables —advierte Ian.
Santiago agacha la cabeza y la mueve de un lado a otro. Gaby pierde la paciencia y se abalanza sobre él, tomándolo del cuello y pegándolo con fuerza contra la pared.
—Es mejor que hables si quieres volver a ver el sol —sisea sin soltar el agarre—. ¡¡Habla!! —grita fuera de sí.
—Medina —llama Ian—, suéltalo —le pide poniéndole una mano con cuidado en el hombro.
—Voy a ser que tus días en prisión sean un infierno —le asegura antes de soltarlo.
—¡Camina! —ordena Ian llevándolo de nuevo hasta la silla frente a la mesa en donde de un empujón con demasiada fuerza lo sienta—. Empieza a hablar Ortega o de aquí no vas a salir por el resto de tu vida.
—No tienen nada contra mi —habla mostrando un coraje que no posee.
—Sí que tenemos —sisea Gaby—; Tenemos a la persona que pagaste para que armara la bomba, es más cobarde que tú, por lo tanto, ya habló y va a seguir hablando todo lo que le pidamos. Sabemos que tú pusiste la bomba en el auto de Lina y eres tan idiota que la moviste como para que no explotara cuando tenía que hacerlo —Lo mira y se sonríe de costado—. Tuviste mucha suerte de que no te explotara en la cara —Santiago abre muy grande los ojos ante lo que le acababa de decir Gaby—. Sabemos todo menos él porqué. Y esa es la parte que, no sé por qué, es la que más me interesa —Ortega lo mira sin emitir sonido, está comenzando a tener miedo de verdad, no obstante, sabe que la va a peor pasar si habla, sabe que corre más peligro fuera de prisión que dentro de ella, si llega a decir lo que en realidad pasó. Aunque, de todas formas, bien correría peligro dentro de prisión si habla. No le queda más remedio que mantener la boca cerrada si quiere seguir con vida.
—Quiero un abogado —murmura Ortega.
—¿Qué? —suelta Ian.
—Exijo un abogado —articula con la voz elevada para ser escuchado.
—Exige —ironiza Gaby mirando a Ian, quien se eleva de hombros.
—Tengo derecho a tener un abogado —suelta con firmeza—. No voy a decir una palabra más sin un abogado presente —afirma.
—Yo no estaría tan segura de eso.
Los tres giran sus cabezas hacia la voz que interrumpió en el lugar.
En el marco de la puerta estaba Lina apoyada con los brazos cruzados por encima de los pechos sonriendo con malicia.
—¡Lina! —murmuran los tres en coro.