—Sí —gruñe Gaby.
—Lo tenemos —le anuncia López al otro lado de la línea, haciendo que el sueño del morocho queda en el olvido.
—Voy para allá —cuelga la llamada y de un salto sale de la cama.
Corre a la ducha, a los quince minutos sale con una toalla azul alrededor de sus caderas y otra secando el cabello. Busca su ropa, una camiseta gris oscuro de cuello redondo, unos jeans negros rasgados, sus botas montañesas y su chaqueta de cuero. Una vez vestido, toma las llaves de su Thao, la billetera, el celular, observa la hora, eran las seis y cuarto de la mañana, suspirando camina hasta la salida de su casa.
A los veinte minutos estaba estacionando en la estación de policía, cuando un ruido sordo le llama la atención. Ese ruido pertenece a la Ducatti de Alba.
—¿Qué hace aquí tan temprano? —cuestiona, mirándola por el espejo retrovisor.
La chica había conseguido un lugar de aparcamiento muy cerca del de él y también de la entrada a la comisaría. Era lo justo de ser la hija del fiscal. Tenía sus ventajas. Ella baja de la moto con una bolsa de la panadería que estaba a unas calles de ahí. Eso le daba a entender, que no había llegado recién. Seguramente llevaba una o dos horas en el lugar. De todas maneras, seguía sin saber qué carajos hacía a esa hora.
Sin darle más vuelta al asunto, Gaby baja de su camioneta y se dirige a la entrada de la comisaría.
—Soria —saluda al chico que casi siempre está en la entrada.
—Medina —levanta la mirada—, están todos en el despacho de Esposito.
—Gracias.
El morocho sigue su camino con las manos en los bolsillos delanteros del pantalón. Cuando esta por tocar la puerta, alguien por detrás le pone la mano, con un poco de fuerza de más, en el hombro; él gira con el ceño fruncido.
—Vine lo más rápido que pude —exclama Ian.
—Yo también. ¿Sabes quién lo apresó? —le pregunta al darse cuenta de que su amigo no fue quien lo hizo y él daba por seguro que había sido Ian quien había atrapado el imbécil.
—Ni idea —Niega el rubio—; Me avisaron que lo tenían y vine rápido.
—No importa, ya nos vamos a enterar —le señala con la cabeza la puerta del despacho de Esposito. Ian asiente y ambos entran al lugar.
—Es una junta cooperativa y nadie me aviso —se burla, al ver tanta gente en el despacho de su jefe.
—Medina —advierte Espósito.
—Hemos arrestado a Santiago Ortega —anuncia López.
—Lo detuvieron en la triple frontera —acota una voz masculina y muy familiar, que hacía tiempo no escuchaban, entrando al despacho.
—¡Lombardo! —exclama Gaby sonriendo.
—Medina —Saluda asintiendo con la cabeza—. ¿Cómo estás?
—Ahora que tengo a ese imbécil para sacar la confesión a golpes, mejor que nunca —expresa y, luego frunce el ceño ante la mueca indescifrable que le dio Lombardo—. ¿Qué? —preguntar.
—Nada —niega Lombardo.
— ¿Qué haces aquí? —cuestiona entornando los ojos.
—Solo vengo a ayudar, nada más —elude aquel hombre.
— ¿Tú lo arrestaste? —indaga el morocho, pero Lombardo niega con la cabeza—. ¿Quién fue? —fija su mirada en su jefe.
—Alba —entona con suavidad.
Gaby profundiza el ceño hasta casi juntar sus cejas y convertirlas en una.
—En realidad, fue la aduana —interviene Alba—, habíamos mandado fotos de Ortega a todos los sitios posibles —Se eleva de hombros—. Un amigo lo reconoció y me avisó. Lo retuvieron en la garita hasta que llegué en el helicóptero de la agencia y lo traje hace un par de horas —explica con total tranquilidad.
—¿Alguien ya lo interrogó? —pregunta a nadie en particular e ignorando la explicación de Alba.
—Nadie. Pensé que eso lo querías hacer tú —entona Esposito, antes de dedicarle una mirada a Lombardo, que Gaby no supo descifrar.
—Por supuesto —responde el morocho.
—Perfecto. Vayan a preparar la sala de interrogatorio —ordena Esposito para luego acomodarse en su escritorio, al tiempo que todos (menos Lombardo), salen para hacer lo que se les ordenó.
—Es impresión mía, o Esposito y Lombardo ¿están medios sospechosos? —le susurra Gaby a Ian.
—Siempre están medios sospechosos —descarta Ian hincando los hombros.
—Así que la "chica vampiro" atrapó a nuestro hombre del momento, ¿eh? —deja caer el comentario Gaby.
—Si y no tienes agradecer que —responde la voz femenina que menos quería escucharlo, en estos momentos.
—¿Por qué debería agradecerte? —Se gira para mirarla a los ojos.
—Por haber atrapado al idiota que atentó contra la vida de tu amiga —contesta levemente Noe.
—Es tu trabajo atrapar a los que atentas con las demás vidas —refuta el morocho apuntándola con el dedo índice.
—De todas maneras, siempre hay alguien que tiene más nuestra atención, en este caso, él la tenía por haber arremetido contra una amiga tuya —recalca Alba.
—No tengo que agradecer que hagas tu trabajo. Has apresado a quien se lo merecía. Para eso te pagan y para eso te enlistaste en su momento —dicho eso gira sobre sus talones dándole la espalda y la deja sin poder emitir alguna otra palabra.
Noe resopla y mira a Ian, quien la estaba observando, éste se eleva de hombros y sigue el camino que tomó Gaby.
—Es un idiota profundo —suspira Noe conforme retoma el camino que tomaron los hombres anterioridad.
Ella en vez de dirigirse a la sala de interrogatorio, se dirige a la sala de expiación, ya que sabe quiénes van a interrogar a Ortega, van a ser Gaby e Ian. Pero antes de llegar a doblar en la esquina, para dirigirse a su destino, se choca contra algo suave, choca contra alguien. Noe clava los ojos en la persona, la cual llevó por delante y sabe que de algún lado la conoce, pero no puede recordar de dónde. De todas formas, lo que sí, está segura, es que esa mujer no debe estar paseando libremente por los pasillos de la comisaría… Y, además, como es que conoce los pasillos, para moverse con tanta libertad.
—Perdón —se disculpa Alba por haberla atropellado—… pero no debería estar de este lado del establecimiento.
—No se preocupe. Estoy autorizado para estar de este lado, en realidad iba a la sala de expiación —Noe la mira frunciendo el ceño y entendiendo menos todavía de cómo esa mujer conocía el lugar—. Esposito y Lombardo están esperándome —explica al ver el desconcierto de la mujer policía.
—¿Ellos la están esperando? —pregunta un poco asombrada.
-Si; me llamo Lina Rinaldi —se presenta ya Noe le cae el recuerdo como un balde de agua helada. La conocía, sí, había visto una foto de ella, Medina tiene un retrato en donde está con esa chica, otra chica pelirroja y un chico rubio en su escritorio. Es la única foto y adorno que personaliza un poco su escritorio—, Esposito y Lombardo me llamaron hace como una hora o dos y me pidieron que me reuniera con ellos en este lugar.
—¿En la sala de expiación? —pregunta más asombrada y confundida.
En eso, se da cuenta que Lina la miraba entrecerrando los ojos, la tenía bajo un escrutinio profundo observándola de arriba abajo, pero no con maldad, ni desprecio, ni mucho menos nada que se le parezca. Sino con… ¿Curiosidad? ¿Podría ser que la mirara de esa manera?
—Eres Alba, ¿verdad? —suelta Lina. Por su forma de vestir, por como la habían descrito los chicos, tenía que ser ella.
—Sí… Como…
Su pregunta murió al ser interrumpida por alguien gritando el nombre de Lina con brusquedad.
—¡¡Lina!! —habla Lombardo—. ¿No me dices que te habías perdido? —ironiza.
—Nop. Tu mapa me sirvió a la perfección. Fui bien entrenada —sonríe la castaña.
Jamás tuvo intención de meterse en la milicia o en nada por el estilo. Pero tiene un padre militar y eso siempre fue muy presente para ella en su hogar, las costumbres y enseñanzas siempre fueron muy diferentes en su familia, a como eran en otras familias.
—Por el mejor, pequeña —Lombardo se da cuenta de la presencia de Alba—. Veo que ya conociste a una de las mejores efectivos de la división.
-Si; ya la conocí. En realidad, estábamos en eso —contesta Lina.
—Bien, ella —señala a Noe—, es la mejor. Que no te quepa ninguna duda —le dedica una sonrisa conciliadora a Alba.
—Se nota —asiente la joven—. Pensé que te habías retirado —cambia de tema, al darte cuenta que Alba, no se lleva bien con los halagos.
—Así es. Pero hoy tenía que estar aquí, además sabes que siempre que me necesita voy a estar aquí.
—Lo sé y gracias por eso. Sino fuera por ti, Esposito jamás me dejaría entrar.
—Y yo estoy de acuerdo con él, pero también conozco lo que una temeraria es capaz de hacer —le vuelve a sonreír—, le debo mucho a tu padre y contigo voy a ponerme en campaña para pagar cada deuda que tengo con él.
—Vaya, espero que sean muchas —bromea Lina.
—Algo así —ríe el hombre—. Vengan, vamos a terminar con esto de una vez —las i***a a caminar a las dos.
—No entiendo muy bien lo que pasa —susurra Noe.
—Me van a dejar interrogar a Santiago, conocen mis métodos y este confinamiento es fuera de las leyes —le contesta con un susurro la castaña.
Le dedica una mirada malévola.