—No puedes estar aquí —gruñe Gaby.
—De hecho, si puedo —refuta Lina.
-No; no puedes. No tienes permiso —exclama Ian con calma.
—Sí lo tengo —contesta la joven sonriendo.
Ian y Gaby comparten una mirada. El rubio oriental.
—Voy a averiguar que pasa —entona Ian y sale con rapidez de la sala.
Lina se recarga contra la pared, todavía con los brazos cruzados y sonriéndole a Santiago, que la mira con terror. Suspira con exageración y posa sus ojos en Gaby, que la observa con el ceño fruncido. Ella no debería estar allí, no debería acercarse a Santiago. Ese es su trabajo, pero Lina está ahí y eso no se ve nada bien. Antes de que se diera cuenta, Gaby ya está parado frente a la chica, a solo centímetros de su cara, escrutándola para averiguar que se trae entre manos. Pero es Lina, no iba a ser tan fácil.
— ¿Qué estás tramando? —le susurra entre dientes.
Ella frunce el ceño.
—Voy a sacar la verdad —responde con el mismo tono que él.
—De eso nos estábamos encargando nosotros antes que entraras —sisea.
—Sí —resopla ella—. Ya vi lo bien que lo hacía. Lo tenían a punto de escupir todo —ironiza.
Gaby le envuelve el brazo con su mano apretándola.
—No juegues. Lina, es tu vida la que corre peligro.
—Eso lo sé. Por eso estoy aquí -se suelta de su agarre—. Sé como tengo que enfrentarme a personas como él —le recuerda.
La puerta se abre con brusquedad e Ian entra y los mira sorprendido, era la primera vez que los veía a los dos desafiándose con la mirada y viéndose casi con odio.
—Esposito le dio luz verde —articula el rubio cuando sale de su asombro.
Gaby no despeja su mirada de la Lina.
—Bien —entorna los ojos—, más vale que lo hagas rápido o me encargaré yo —se gira y se siente frente al acusado.
—No vas a sacarme nada por más que me tortura —la voz a Santiago le tiembla y Lina sonríe.
— ¿Piensas que voy a sacarte lo que quiero saber infringiéndote dolor? —chasquea la lengua y comienza a caminar a través de la sala.
—Sé bien como haces para que las personas te digan lo que quieres —Menea la cabeza—. Puedes torturarme, pero no voy a decir absolutamente nada y si me tocas voy a denunciarte a ti ya todos en este lugar —Toma aire al tiempo que toma coraje—. Una sola marca y voy a denunciarlos a todos, esto es ilegal y nadie los va a defender, ensuciare esta división ya toda la policía —suelta elevando la voz para tapar su miedo.
Lina se carcajea fuerte, pero sin gracia.
—Siempre fuiste el más cobarde de los dos. Digo, entre tú y tu hermano —Camina más cerca de él—, pero no te preocupes, no voy a infringirte dolor —Acerca más su rostro al de él—. Hay cosas peores que el dolor físico.
—El dolor sentimental —Él la mira—. Ya no está mi hermano, así que, no te moleste en ir por ahí.
Lina vuelve a reír mientras sacude la cabeza.
—Hay cosas peores que el dolor en general —Se para detrás de él—. Levántate —le ordena con una voz diferente, una voz de mando. Santiago vacila, pero hace lo que ella dice—. ¿Sabes qué es peor que el dolor? —pregunta en un murmullo. Santiago niega con la cabeza y ella con una mano en su hombro lo lleva al piso, haciendo que de rodillas—. La humillación —le susurra en el oído.
—No vas a lograr nada —gesticula Santiago.
—Dany en su momento me enseñó muy bien ciertas cosas y la humillación es una de ellas —explica con tranquilidad—. Por curiosidad, ¿cómo te sientes con tu cuerpo?
—¿Qué? —Suelta Santiago.
Lina por detrás le quita de un tirón el saco
—Por cada pregunta que no respondas o no me satisfaga, va a ser una prenda que perder —Se para frente a él y le sonríe—. Nosotros —señala a su alrededor a cubrir a sus amigos ya ella—, y ellos —señala detrás del vidrio—, vamos a verte arrodillado, desnudo y —Saca de detrás de su cintura un juego de esposas—… indefenso —Esposa las manos del hombre hacia atrás—. Creo que ninguno de nosotros quisiéramos estar en tu lugar en este momento —Se eleva de hombros y se posa delante del tipo de nuevo—. Creo que vamos a tener problemas con la vergüenza ajena.
—No puedes hacer esto —sisea Santiago—; voy a denunciarte —amenaza.
—No tienes nada en mí contra, Santiago. ¿Qué vas a decirles? ¿Qué quisiste matarme y todo salió mal? ¿Qué yo exigí una verdad, que tú no tuviste el valor para decir? ¿Qué eres un cobarde y muy poco hombre? —Se acerca a él agachándose para nivelar sus rostros—. ¿Qué estuviste arrodillado ante mí, con las manos atrás y desnudo? Eso es mucho para decir. Dejarían de verte con el ojo bueno.
Santiago traga en seco.
—No voy a decir nada —repite.
Detrás del vidrio, todos miran expectantes cada movimiento que efectúa Lina.
—Esa mujer da miedo —murmura López y Noe asienta con la cabeza.
—Fue criada de una manera diferente —acota Lombardo.
—Y se ve tan sexy —suspira López.
—Cuidado —interviene Espósito—, está comprometido.
—Y su hombre mueve cielo y tierra por esa mujer —argumenta Lombardo.
—Ya lo sé —resopla López al recordar la movilización de su rescate.
—Ella es a la que rescataron en Entre Ríos? —Indaga Alba.
-Si; es ella —afirma Esposito.
—No parece como si hubiera estado secuestrada hace solo unos meses atrás —articula Noe.
-No; no lo parece. Y además fue torturada y ella sigue en pie, peleando —comenta Esposito.
—Parece mentira que fuera amiga de Medina —murmura Alba.
—Que tu prejuicio no nule tu juicio —articula Lombardo sonriéndole, luego pierde su mirada en lo que pasa al otro lado del vidrio.
Santiago ya estaba sin camisa, la tenía enrollada en las muñecas detrás de él, arrodillada y mirando al suelo. Su semblante mostraba que estaba furiosa por la osadía de Lina y también avergonzado por como ella jugaba con él.
—Te ves tan vulnerable ahí abajo. Creo que te sientas bien estar unos cuantos peldaños por debajo de mí —se burla Lina.
—Vas a pagar por esto —amenaza Santiago.
— ¿Quién te dio permiso para hablar? —Chasquea la lengua—. Ya te expliqué las reglas. Hablas cuando lo exijo y miras el piso, al menos que te diga lo contrario —expresa con despreocupación—. Ahora —suspira con exageración—. ¿Por qué querías matarme? —indaga, pero él no hace amago de contestarle—. ¿Siguen los zapatos o los pantalones? —mira a Gaby e Ian—. ¿Ustedes que opinan?
—Démosle un poco de tiempo —contesta Ian—. Sigue por los zapatos.
—Bien —se acerca a Santiago y posicionándose detrás de éste, le quita el calzado sin cuidado alguno. Tal es así, que el hombre gruñe.
—Esto cada vez se pone mejor y no estoy cansado, ni transpirado por golpear a alguien —gesticula Gaby.
—Esto es más cómodo, hay que reconocerlo, debemos empezar a usar esta estrategia —segundo el rubio.
—Me alegra que les guste —interviene Lina. Con un dedo en la barbilla de Santiago le levanta la cabeza para que la mire—. ¿A que esto es más divertido que el dolor?
—Eres una enferma —sisea él.
—Es depende como se mire —se eleva de hombros con despreocupación—. ¿Por qué querías matarme? ¿Por qué no te ayudé o alguien te mandó a hacerlo? —entorna sus ojos viendo más allá de los ojos de Santiago y ella pudo ver el miedo en ellos y casi sonríe, pero se contuvo, porque ese miedo no era debido a ella. Ese miedo era dedicado a otra persona.
Santiago desvía la mirada y ella lo sigue observado por varios segundos más en silencio. Como él no dice nada, Lina lo toma de un brazo y lo ayuda a levantarse. Con decisión y precisión en sus ojos, toma la hebilla del cinturón del hombre y la desatada. Luego desabroche sus pantalones.
—¿Qué haces? —suelta Santiago dando un paso hacia atrás.
—Si no responde, yo sigo humillándote. Te juro que no puedo esperar a que esté por completo desnudo y arrodillado bajo el escrutinio de todos esos ojos curiosos que hay detrás del vidrio —Ella le echa una mirada a Gaby e Ian—. Además, mis amigos también están muy ansiosos por ver lo degradante que eres —habla con malicia y destilando arrogancia.
—No sigas —murmura Santiago.
—Vas a responder ¿quién te dio la orden para matarme? —Ella ya no le pregunta por qué quería matarla. Lina ya sabe que le pagaron o extorsionaron para hacerlo. Lo vio, vio el miedo en sus ojos y se dio cuenta que había algo más que se le estaba escapando. Santiago la mira clavando sus pupilas en las de ella. La mira con asombro y ella sonríe—. ¿Quien? —pregunta, tirando su pantalón hacia abajo.