El sedán negro se detuvo con un chirrido brutal frente a la antigua fábrica textil. La estructura ocasionó que mi cuerpo se erizara; parecía una auténtica película de terror. Las ventanas rotas nos observaban, nos advertían del peligro, cómplices del horror que se desarrollaba en su interior.
Dios, ¿qué estoy haciendo?
—Señora, espere, por favor... —suplicó Gregory, su voz llena de desesperación—. El señor Gavrilov ya está en camino y lo sabe. Si podemos ganar solo unos minutos más...
Pero yo ya había abierto la puerta del auto. El aire frío me golpeó el rostro y movió mi vestido holgado. No había minutos que ganar. No tenía tiempo.
Elena me necesita.
—Si no salgo ahora, la matará —dije, con ojos suplicantes. Mi mente corría a la velocidad de la luz—. Quédate aquí. No hagas nada estúpido, Gregory... Y cuando llegue Donovan... dile que lo siento.
Sin siquiera esperar su respuesta, salí del auto y corrí hacia la entrada abierta, una parte del portón oscuro y oxidado que parecía la boca